El leer y el escribir constituyen los pilares fundamentales en el desarrollo intelectual de un alumno; por lo tanto, su práctica no tendría por qué ser una actividad privativa de la asignatura de Lenguaje, sino instrumentos utilizados en el proceso de enseñanza – aprendizaje de todas y cada una de las disciplinas insertas en el sistema educacional. Por ello, las reformas futuras en educación no deberían centrarse en aumentar o disminuir horas en una u otra materia, sino más bien en acercar a los estudiantes, con estos instrumentos, a las diferentes ramas del saber, como un proceso continuo que se geste desde la cuna hasta el ámbito universitario.
El niño requiere, desde el momento en que ha aprendido a leer y a escribir, reforzar estos logros de la mano de un guía experto, que lo ayude a desarrollar estas habilidades en cada área en particular, pues es indudable que no es lo mismo leer un cuento, que un texto de historia o de ciencias; o escribir un fábula, un ensayo, una crónica o un informe; así, la lectura y escritura permitirían, en forma progresiva, al estudiante analizar, interpretar, sintetizar, comentar textos de variada naturaleza, transformándolo en un individuo exitoso, que estaría mejor capacitado para enfrentar desafíos futuros.
Pareciera ser que el camino no es trasmitir y memorizar una retahíla de datos, algunos especialmente complejos, sin desconocer los méritos que puede tener una u otra actividad, y su validez en determinadas situaciones, sino más bien ingresar al legado cultural, cientíco y artístico, que nos provee la historia, leyendo de manera crítica y comprensiva; para luego realizar el ejercicio intelectual y subjetivo de escribir personal y fluidamente.
Creo no equivocarme al armar que, en la actualidad, el leer y escribir no son actividades prioritarias en el sistema de enseñanza de nuestro país. Cada vez se lee y se escribe menos o se lo hace de manera deciente. Varios lustros de docencia efectiva y diversos resultados avalan esta apreciación. Baste tan solo un ejemplo: en una prueba de diagnóstico, rendida anualmente por un promedio de 1400 egresados de enseñanza media, con la que se detecta el nivel logrado en ortografía, vocabulario contextual y redacción, solo uno o dos alumno la han podido aprobar cada año, ha habido ocasiones en que ninguno lo ha conseguido; en la misma prueba, de las 40 palabras usadas en un contexto, el promedio de identicación del valor signicativo de ellas ha sido tres.
Algunas universidades están incluyendo en sus currículos cursos remediales para contrarrestar estas deciencias, sin duda, constituyen un paliativo, pero la tarea es más exigente: urge una labor mancomunada y consistente en que cada profesor obligue a sus alumnos y se obligue a sí mismo a utilizar estos instrumentos, cada vez que la ocasión sea propicia y así se requiera, sin importar si se trata de enseñanza básica, media o universitaria
Columna de opinión publicada en el diario El Mercurio