Una lengua, como sistema de comunicación verbal, propio de una comunidad, es un ente vivo que experimenta cambios en su devenir. La lengua española no es la excepción. Extendida por vastos territorios y con tantos millones de hispanoparlantes, dentro de su unidad, presenta diversidades, especialmente, en los ámbitos fonético y léxico.
Varios fenómenos han contribuido a crear estas diferencias: la influencia de los distintos sustratos lingüísticos, la aparición de neologismos, las variables sociales y culturales, etc. Sin embargo, su unicidad permanece, pues tiene como férreo soporte un vocabulario estándar culto, a diferencia del expresivo léxico popular y marginal que, en múltiples oportunidades, no logra echar raíces profundas. Los medios de comunicación han propalado, en fecha reciente, la inclusión de siete chilenismos en la nueva edición del diccionario de la Real Academia Española: sapear, lorear, olorosar, cufifo, amononar, condoro y chanchullo.
No debemos maravillarnos tanto con esta noticia, pues ha sido política tradicional de la RAE integrar vocablos de los distintos países de habla hispana a su diccionario; a modo de ejemplo, es posible nombrar los chilenismos coloquiales charcha, charchazo, piñufla, pituto y nuestro querido guaso, con g y no con h, aunque la RAE, en fecha reciente, ha aceptado huaso, que, desde hace bastante tiempo, acrecientan el número de vocablos de ediciones anteriores.
Lo que sí es necesario tener presente es la letra chica que se halla junto a la defnición de estas palabras, pues el que aparezcan en este texto de consulta no significa, en modo alguno, que sea per se correcta o incorrecta su utilización, sino que dependerá, esencialmente, del contexto en que se usen.Sapear con el valor de “acusar” es un verbo jergal, vulgar, propio del ámbito de los delincuentes y coloquial en los valores semánticos de “vigilar disimuladamente”; hecho análogo ocurre con lorear como “vigilar para advertir en acciones delictivas” u “observar en espera de la oportunidad para actuar”; cufifo “embriagado por la bebida”, amononar “arreglar con esmero”, condoro “torpeza grave y vergonzosa” y chanchullo “manejo ilícito para conseguir un fin y, especialmente, para lucrarse” son todos ellos términos coloquiales que deben ser usados en situaciones informales de comunicación; olorosar se lo tipifica como un vocablo de uso infantil, pues, a todas luces, a un pequeño le resulta más natural decir oloroso que huelo.Por consiguiente, señor lector, como defensora del buen uso del español lo invito a tratar de evitar mandarse un condoro, salvo que esté cufifo y cuidarse de usar vocablos como sapear y lorear en contextos formales; más bien aprenda a olorosar con fruición nuestra lengua y amononarla con esmero sin utilizar chanchullos.
Columna de opinión publicada en el diario El Mercurio